sábado, 23 de diciembre de 2017

Di lo que te molesta cuando te moleste, no esperes a estallar.


A veces callamos demasiado. Por educación. Por miedo a ofender. Por inseguridad. Porque no sabemos si es el momento adecuado… El problema es que esos silencios pueden terminar convirtiéndose en una bomba de relojería a punto de estallar en cualquier momento. Si no decimos lo que nos molesta cuando nos molesta, en vez de usar nuestras mejores palabras, terminaremos usando nuestras “mejores” ofensas.

Los peligros de acumular demasiada frustración

Solemos pensar que la ira es nuestra peor enemiga, que es una de las emociones más negativas que podemos experimentar pero en muchos casos en su base se esconde la frustración. La frustración suele ser una emoción que va in crescendo, por lo que a veces es difícil de detectar y detener. Cuando nos damos cuenta, estamos tan frustrados que terminamos estallando.

Lo paradójico es que solemos frustrarnos más con las personas más cercanas e importantes para nosotros. A pesar de que queramos mucho a alguien, ese alguien también puede generar una gran frustración en nosotros. Eso se debe a que todos tenemos cierto nivel de tolerancia a la frustración, que disminuye con la exposición repetida a una situación o a una persona cuando consideramos que lo que ocurre es frustrante. 

Eso significa que al inicio de una experiencia difícil, podemos gestionar con facilidad nuestra frustración pero a medida que pasa el tiempo y esa experiencia se repite, quizá porque no somos capaces de ponerle coto expresando cuánto nos molesta, nuestra capacidad para gestionarla disminuye considerablemente, hasta que llega el punto en que simplemente sentimos que somos incapaces de seguir soportándolo.

Con las personas cercanas, ese nivel de tolerancia puede disminuir de manera aún más rápida ya que a menudo no tenemos un espacio más íntimo y privado en el cual recluirnos para reencontrar la calma y recuperar nuestro nivel de tolerancia. El contacto diario hace que nos saturemos más rápido. El problema es que en ese momento perdemos el autocontrol, por lo que terminamos estallando, diciendo o haciendo cosas de las que después nos arrepentimos.

El riesgo de caricaturizar a los demás

Cuando nos sometemos a situaciones incómodas en silencio, sin defender nuestros derechos, se activa nuestro diálogo interior, un mecanismo a través del cual le damos rienda suelta a nuestra imaginación para intentar resolver los conflictos del mundo real sin provocar enfrentamientos. 

El problema es que en muchas ocasiones ese diálogo interior se nos termina yendo de las manos, por lo que caricaturizamos a la otra persona. Terminamos resaltando solo sus defectos, asumiendo un pensamiento “blanco y negro”, que no es el mejor aliado de la conciliación, sino que se convierte en más leña para el fuego.

Cuando estamos muy frustrados podemos perder la perspectiva y de repente dejamos de ver las buenas cualidades de los demás, de manera que las palabras o actitudes hirientes escuecen aún más en la herida.

¿Por qué deberíamos hacer notar las cosas a la primera?

Cuando algo nos molesta, normalmente lo mejor es hacerlo notar a la primera. A veces no podemos expresarlo justo en ese momento, pero no conviene postergarlo indefinidamente ya que es probable que la otra persona ni siquiera sea consciente de que sus palabras o actitudes nos molestaron.

Cuando hacemos notar lo que nos incomoda, no solo estamos haciendo valer nuestros derechos sino que además, evitamos la rumiación posterior y la frustración que esta genera. De esta forma logramos mantener una relación más auténtica, sin acumular resentimientos. Solo debes asegurarte de expresar lo que sientes sin acusar ni herir al otro.


Cuando asumimos como un hábito expresar nuestras emociones de manera asertiva, podremos hacerlo sin enojarnos, en el respeto a los demás y a nosotros mismos. Sin duda, es una manera diferente de relacionarnos que vale la pena.

Fuente: Rincón de la Psicología.



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