miércoles, 4 de octubre de 2017

La Metáfora de la Pantalla del Ordenador. Por Jose Salido Botas.


Metáfora

Dos mujeres se encontraban en su despacho compartido trabajando con sus respectivos ordenadores. A una de las mujeres (Luisa) mientras estaba escribiendo, le empezaron a aparecer mensajes en la pantalla de su ordenador. Mensajes que decían “nunca solucionarás tu problema” “eres una inútil” “la gente te ve mal”. Cuando leyó estos mensajes empezó a creérselos y a angustiarse, a sufrir terriblemente ¡¡¡Parecían tan ciertos!!! Entonces intentó borrarlos de la pantalla, pero no pudo. Así que continuó trabajando. De vez en cuando, volvían a aparecer pero como ella sabía que no podía eliminarlos, no intentó hacer nada y siguió trabajando. A pesar de los mensajes que a veces aparecían y le hacían sufrir, la mujer disfrutaba y se sentía bien consigo misma porque su trabajo estaba quedando tal y como ella quería.
A la otra mujer (Mónica), le empezó a suceder lo mismo. Empezaron a aparecerle los mismos mensajes que a su compañera: “nunca solucionarás tu problema” “eres una inútil”… Entonces intentó eliminarlos, pero no lo conseguía. Sufría muchísimo porque estaba totalmente convencida de que los mensajes eran ciertos. Y además sufría porque no conseguía eliminarlos. Así que dejó de trabajar para pensar qué métodos podía emplear para eliminar los mensajes. Estaba segura de que si no los borraba no podría continuar trabajando. Así que empezó a probar un método tras otro, pero no conseguía nada. Los mensajes seguían allí. Miraba a su compañera con rabia porque la veía trabajando e incluso parecía que estuviera disfrutando con su trabajo. Pensó que su compañera podía trabajar porque no recibía los mismos mensajes que ella. Así que siguió en su empeño por eliminarlos. Su sufrimiento iba en aumento: cada vez tenía más mensajes negativos, fracasaba en todos sus intentos por eliminarlos y encima no avanzaba en su trabajo. Se quedó encallada en esta situación” (Wilson y Luciano, 2002).

Misma situación, diferentes soluciones

La primera lección que nos brinda esta metáfora es algo tan sencillo como que dos personas pueden reaccionar de una forma diametralmente opuesta aún cuando se les presenta una situación completamente idéntica. Parece algo obvio, pero en ocasiones nos dejamos llevar por la creencia errónea de que “somos así” y que actuamos en consecuencia, muchas veces de un modo que nos hace daño, porque no podemos cambiar nuestra “forma de ser”. Tratamos de justificar nuestro comportamiento continuamente (ej. “yo lo intento controlar pero no puedo”, “soy así y siempre he sido así”, “me sale solo”, “no puedo parar esos pensamientos”…).

Pensamientos automáticos negativos

Los mensajes que aparecen en la pantalla del ordenador son una analogía de los miles de pensamientos que visitan incesantemente nuestra cabeza sin previo aviso. No se les necesita ni tampoco se les espera, pero se pasean por nuestra casa importándoles bien poco si nos interrumpen o no. Son un incordio, como los huéspedes sin invitación.
Estos pensamientos son fruto de todas nuestras vivencias y experiencias pasadas. Muchas veces nos ayudan, pero en este caso concreto nos distraen y nos alejan de alcanzar la meta o el objetivo que nos hemos marcado.
No olvidemos que somos una fábrica de pensamientos y que muchos de esos productos mentales tienen vida propia. Son automáticos, les gusta desafiarnos y nos ponen a prueba continuamente. Vienen y van de forma natural, como las olas en el mar. Se presentan como afirmaciones reales, en muchos casos de forma categórica, por lo que tendemos a tomarlos como verdaderos aunque no tengamos pruebas suficientes que los confirmen. Al otorgarles este grado de certeza, casi absoluto, nos cuesta horrores distanciarnos de ellos.
Asaltan nuestra cabeza con tanta fuerza que les ofrecemos un papel protagonista en nuestra vida y les permitimos, inconscientemente, que determinen nuestra conducta. Consumen muchos recursos y terminan por agotarnos. Es en este punto cuando intentamos hacer todo lo que esté en nuestra mano para controlarlos, pero cuando intentamos luchar contra ellos es cuando definitivamente perdemos la batalla. Su poder sólo existe cuando les hacemos caso, cuando caemos en su trampa y les prestamos la atención que necesitan para hacerse cada vez más grandes. Ahí es cuando nos atrapan. Es entonces cuando nos hacen sufrir y nos producen un intenso y un profundo malestar.

Me identifico con Luisa

Quizás alguien que esté leyendo esto se identifica más con Luisa que con Mónica. Le doy mi más sincera enhorabuena porque posee la codiciada capacidad de seguir dando pasos en el camino a pesar de que en algún momento puedan amenazarle baches, obstáculos o dificultades que le empujen irremediablemente a vencerlos, abandonando así temporal o indefinidamente su viaje.
Luisa es capaz de seguir caminando hacia su objetivo aunque tenga piedras en el zapato o aunque el camino se cubra de niebla.
Luisa convive y acepta los pensamientos y las emociones negativas que le rondan continuamente. Luisa continúa con lo que está haciendo a pesar de la inagotable insistencia de sus molestos visitantes. Se centra en la experiencia presente comprometiéndose con ella al cien por cien y disfruta del camino, aunque no sea todo lo perfecto que pudiese resultar en sus expectativas previas.

Me identifico con Mónica

Pero quizás te identifiques más con el sufrimiento de Mónica y no seas plenamente consciente de lo que te está pasando. Mónica sigue el curso natural de la lógica bélica. Piensa: “cuanto más luche contra esos pensamientos negativos tan molestos, más cerca estaré de vencerlos a todos y de lograr mi victoria. Sólo así encontraré la paz”. Precisamente este afán por tratar de eliminar algo que no se puede eliminar es lo que atrapa a Mónica en una red invisible, pero tremendamente pegajosa. Ella vuelca todos sus recursos personales en ganar una batalla que es imposible de vencer por definición. Intenta silenciar su mente con mucha más pena que gloria.
Con este comportamiento circular a la par que ineficaz, deja a un lado todas sus obligaciones, sus tareas, sus deseos, sus proyectos y, en definitiva, su vida. Además acaba exhausta y se siente culpable por no ser capaz de lograrlo. En este caso, la solución de Mónica es su verdadero problema. El intento de evitación de esos pensamientos se convierte en la principal fuente de su sufrimiento.
A diferencia de Luisa, a Mónica la niebla le aleja de su camino y las piedras en su zapato le impiden avanzar.
Si Luisa puede reaccionar así, por supuesto que Mónica también puede hacerlo. Créetelo ya y ponte manos a la obra. Se puede.

Blog de Psicoactiva


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