miércoles, 27 de abril de 2016

Autoengaño: mentiras que nos sostienen.


Todos, de alguna forma u otra estamos familiarizados con las mentiras. Habrá algunos más valientes que sean capaces de admitir que mienten; otros en cambio, parecen querer librarse de esta condena.
Lo cierto es que, ¿quién no se ha contado una mentira a sí mismo? Quizás, todavía es demasiado pronto para que te des cuenta… Reflexionemos sobre ello.

“La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente sano”
-Nietzsche-

El engaño como compañero de vida
El engaño o la mentira son inherentes a la vida en todos sus aspectos. Hasta la naturaleza lo utiliza como recurso, piensa en los virus que son capaces de engañar a nuestro sistema inmunitario para entrar en nuestro cuerpo o el baile de confusiones y mentiras entre depredadores y presas, con tal de conseguir cada uno de ellos su objetivo: su supervivencia. Pero, ¿qué hay de nosotros?

Más allá de las mentiras revestidas de alguna intención para conseguir algo concreto, existen esas clases de mentiras que son capaces de sostenernos durante un tiempo o incluso toda la vida. Son mentiras elaboradas para esquivar la realidad y tienen como refugio a la inconsciencia.

Dostoyevski escribía en “Memoria del subsuelo“:

Todo ser humano tiene algunos recuerdos que solo contaría a sus mejores amigos. De la misma manera, también podríamos decir que todo ser humano tiene preocupaciones que ni siquiera contaría a sus mejores amigos sino tan solo a sí mismo y, aún así, lo haría en el mayor de los secretos. Pero, además existen cosas que uno ni siquiera se atreve a contarse a sí mismo. Hasta los más honrados de los hombres tienen una buena cantidad de esa clase de pensamientos almacenados en algún rincón de su mente“.

Nadie está libre del autoengaño
En el autoengaño es importante el lenguaje, además de la consciencia. Pues, aunque en realidad no deja de ser lo que es, teniendo en cuenta que cada uno construimos la nuestra, es a través del lenguaje como la realidad se describe y se transmite. Además, para nosotros, al final no deja de ser un reflejo de cómo nos la contamos.
Teniendo en cuenta que las personas tenemos una gran capacidad para crear creencias sesgadas en todos los ámbitos de nuestra vida, ¿quién se libra de las suposiciones o confabulaciones?

Somos víctimas de nuestras propias trampas para sobrevivir en nuestro día a día

Mentiras para esquivar la realidad
Existe todo un entramado de mentiras que nos sostienen y que, en ocasiones, son las esposas o los grilletes que nos atan a determinadas situaciones sin que nos demos cuenta, son las culpables de que muchas veces tengamos la sensación de que, hagamos lo que hagamos, no avanzamos.

“La verdad tiene estructura de ficción”
-Jacques Lacan-

Cuando la fuerza de los hechos se torna brutal o amenazante, a veces el temor al sufrimiento hace que intentemos esquivar la realidad, bloqueando nuestra atención y autoengañándonos. Así, rellenamos esos espacios vacíos con explicaciones, imaginaciones o fantasías, de manera automática. De ahí el popular refrán “Ojos que no ven, corazón que no siente“.

De esta manera, si no veo, si no me percato de lo que sucede, el peligro disminuye, mi ansiedad se calma y me permito continuar. Los hechos han sido ignorados y hemos modificado el significado de la experiencia. La mentira está presente, pero sin darnos cuenta, oculta tras los silencios, las justificaciones, las negaciones y los castillos de cristales construidos.

La impostura se mantiene gracias al poder de nuestra atención selectiva para ocultar, transfigurar y difuminar las verdades dolorosas, reelaborando un disfraz más aceptable para nosotros.

Un disfraz que nos recuerda al “falso self” de Winnicott“, en el cual la mentira se considera parte del desarrollo natural de la identidad del ser humano, desde la temprana infancia. Disfraz que permite mitigar la angustia y el sufrimiento generados por las expectativas que los padres depositan en sus hijos y ante las que éstos no llegan, renegándose a sí mismos, para finalmente llegar a construir su personaje de acuerdo al ideal que sus padres han establecido.

El autoengaño en el día a día
El autoengaño también puede generarse para llegar a cumplir nuestras propias expectativas o las de los demás; también por el simple hecho de no querer ver lo que nos sucede o sentir lo que sentimos, como una manera de justificarnos.
Ocurre en relación a las relaciones de pareja cuando, por ejemplo, no queremos darnos cuenta de que la situación es insostenible o nuestros sentimientos no son los mismos o en las adicciones, cuando la persona cree controlar su consumo; en las relaciones sociales y políticas…
El autoengaño es una importante defensa que tenemos ante las amenazas de peligros, que se erige como una armadura que nos protege de las experiencias que nos resultan difíciles de asimilar, una coraza del carácter como Willhelm Reich lo llamaba. Un escudo tras el cual se encuentra el yo, que utiliza para protegerse de la ansiedad en su tránsito por un mundo que a veces, es categorizado como hostil.
Así, cuanto mejor nos engañamos a nosotros mismos, mejor engañaremos a los demás. Pues la mejor manera de esconder un engaño profundamente es no siendo consciente de él.

Los efectos del autoengaño
El autoengaño puede tener efectos diversos y, en ocasiones, un coste muy alto. En estos casos, el mundo de la persona se encuentra fragmentado ya que la información que se obvia e ignora se encuentra en el inconsciente, quedando suplantada por la mentira de la consciencia.

Así, como Daniel Goleman afirma en su libro “El punto ciego”, el primer paso necesario para despertar del autoengaño consiste en darnos cuenta de la forma peculiar en la que estamos dormidos. Es decir, barajar la posibilidad de que en algún aspecto de nuestras vidas podemos estar autoengañándonos primero, para luego poder adentrarnos en la tela de araña que nos hemos construido para escapar de la realidad.

Pues no solemos darnos cuenta de lo que nos desagrada ver y tampoco nos damos cuenta de que no nos damos cuenta… La mayoría de nosotros acordamos un pacto, sin saberlo, con el viejo proverbio árabe:

No despiertes al esclavo porque quizá está soñando que es libre“. Pero el sabio dirá: “¡Despierta al esclavo!” Especialmente si sueña con la libertad. Despiértenlo y háganle ver que es un esclavo; solo mediante esa conciencia podrá quizá liberarse“.


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